PULSO
Eduardo Meraz
Esta semana ha sido de arrebatados momentos, tiempo de definiciones políticas importantes, en los cuales está por delinearse la profundidad del actual sistema presidencialista mexicano, donde predominó más la emotividad que el raciocinio.
Lo estentóreo del discurso oficialista busca afanosamente esconder las debilidades presidenciales por el goteo de actos de corrupción, que aparecen casi a diario, cometidos por colaboradores cercanos al titular del ejecutivo y por la serie de reveses legales sufridos.
Son demasiados los frentes abiertos a causa del despotismo cuatroteísta; difícilmente podrá atender todos y cada uno de ellos, si tenemos en cuenta que buena parte de los integrantes de Morena están ya pensando en la sucesión y en tratar de adivinar cuál de las «corcholatas» podría ser quien supla al guía espiritual.
El silencioso y paulatino paulatino abandono al habitante temporal del palacete es notorio, aunque tratan de disimularlo con encendidas expresiones de fidelidad.
De ahí los manotazos sobre la mesa, como en el caso de la reedición del decreto, luego de que la Corte declarará inválida la primera versión para reservar la información, por cuestiones de seguridad nacional de sus principales obras de infraestructura, para que sus huestes no se salgan del huacal.
Los arrebatos del mandatario innombrable son más síntoma de temor que una manifestación de supremacía, sabedor de que ni el «milagro» ni el «sueño» mexicano son suficientes para detener el ocaso de un gobierno donde el desorden y la corrupción fueron sus principales características.
De hecho, el nuevo decreto de secrecía envía el mensaje de la impureza gubernamental, al ser el mandatario uno de los principales beneficiarios -por supuesto en efectivo- de los jugosos negocios de sus obras insignia y es necesario impedir se hagan públicos
Los exabruptos discursivos y la actitud leguleya asumida por el ejecutivo, confirman la urgente necesidad de poner freno a los excesos del presidencialismo y de avanzar hacia una auténtica división de poderes.
Los casos de los amigos de Andrés Manuel López Beltrán y del secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, dan la impresión de ser apenas el inicio de la temporada de lluvias del conflicto de intereses en el que se ha sustentado la gestión cuatroteísta.
Otra tormenta que se cierne sobre las aspiraciones del presidente totalmente Palacio Nacional de dar continuidad a su proyecto transformador, son los pasos firmes de Estados Unidos para que México asuma mayores compromisos en materia de migración y en el combate al fentanilo.
En el primer caso, empieza a cobrar forma la idea de que nuestro país deje de ser países de tránsito de personas para convertirse en receptor, al igual que su vecino del norte. En el segundo, declarar al opioide como arma química fuerza al gobierno a acciones más efectivas en su combate.
Serenidad y paciencia no son virtudes del morador de Palacio Nacional y menos hacia el final del camino, que será tiempo de arrebatos presidencialistas.
He dicho.